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La inquietud de ser inútil

Reflexiones de Steve Howe


Nos reunimos el otro día (en línea, claro). ¿El tema? Qué palabra deberíamos utilizar para un área de nuestra app. Discutimos sobre ello unos 20 minutos. Y, de repente, me llegó un pensamiento lúcido, como si fuera un susurro en el oído: ¿Qué más da? Yo soy escritor. Para ser concreto, un content strategist. Quiere decir que me obsesiono con las palabras que aparecen en una aplicación de las múltiples que tiene nuestra empresa. Trabajo con diseñadores para organizar contenido, mejorar la experiencia del usuario (UX) y nombrar funcionalidades. ¿Te gusta el nombre de Tu Descubrimiento Semanal de Spotify? Un content strategist ha sudado por ello, seguro. Si aún no tienes ni idea de lo que hago, no eres el único. Escribí un artículo en inglés sobre las dificultades que tengo de explicar mi profesión.


Estoy divagando. Si hemos aprendido algo de la pandemia (y todavía queda mucho por aprender), es que hay servicios de los que dependemos y que, normalmente, damos por sentado. No solo los servicios de emergencia, sanidad pública y administración gubernamental, que están pasando por un período de presión increíble, sino también la gente que nos lleva las comodidades de nuestra sociedad moderna—el cajero del supermercado, la conductora del taxi, el limpiador de la calle, la repartidora de comida rápida. De pronto, la tienda de la esquina se convierte en un refugio.


Incluso podríamos extender la gratitud a los que, aunque están sin trabajo por el momento, echamos de menos—los artistas, la bibliotecaria, el camarero. Los que tienen hijos preguntarán: ¿Cómo es que los profesores pueden entretener esta bola de hiperactividad durante 35 horas a la semana? Y piensa también en los héroes invisibles, aquellos que siguen en contacto con gente adicta al alcohol o las drogas, gente que ya no tiene un sistema de apoyo porque el grupo de alcohólicos anónimos ha tenido que disolverse.

En un futuro vamos a reconocer a esa gente como los norteamericanos reconocen a sus soldados de guerra, según Mark Lawrence Schrad (artículo en inglés). Dice él:

Finalmente empezaremos a entender el patriotismo más como cultivar la salud y la vida de la comunidad, en lugar de destruir la comunidad de otra persona.

Vuelvo a la crisis existencial de mi papel en este mundo. ¿Qué importa lo que hago realmente? ¿Cómo contribuye a solucionar los problemas complejos y grandes que amenazan la existencia de la humanidad?


En realidad, no creo que mi trabajo carezca de sentido. De hecho, estamos tratando de ayudar a las pequeñas empresas que se han visto obligadas a cerrar sus puertas. Yo formo parte de este esfuerzo. Es el puñetero diablo en el oído que me está sacando de quicio con sus declaraciones negativas. Una vez que lo haya aplastado, tendré la libertad de pensar con claridad. Me considero afortunado por trabajar en una empresa que se puede adaptar a nuestra “nueva realidad”, una empresa que puede echar un cable a los que están luchando para llegar a fin de mes. Me considero afortunado por tener trabajo, y punto. Hacer callar esa vocecita no es fácil. El truco es saber cómo aplastarla bien.



Por otro lado, tenemos los que, encerrados en casa, han decidido aprovechar la situación y, como resultado, entretener a los demás. El francés que completó un maratón en el balcón de su casa. Los fiesteros subiendo una sesión de rave en su Instagram cada día. Y Marc Rebillet, cuyos espectáculos de música en directo han sido vistos por casi 10.000 personas.


Esa gente hace que crezca mi inquietud. ¿De dónde sacan la energía? ¿Estoy perdiendo una oportunidad? Para mí, un día exitoso es levantarme de la cama. Yo sé que no soy el único que piensa así. El otro día estaba hablando con un amigo que se mudó con su familia a una isla pequeña frente a la costa de Canadá. Dijo él:

Siento esa presión de actuar y producir también. Y a veces es paralizante. Si la isla me enseñó algo es que un buen día es un día en que me acuesto con una pequeña perspectiva de cómo todo se conecta al final. Sin lista, sin una jodida aplicación de Pomodoro. Solo un pensamiento como: "Huh, ese árbol tiene la forma de un pterodáctilo".


El encierro nos ha empujado a vivir aún más en el mundo digital. Como resultado, hay una intensificación de FOMO (fear of missing out). Quizás ya no ves la arena blanca de las Filipinas, pero sí que ves que tus amigos están produciendo: Marta ha aprendido cómo dibujar, Jessica ha horneado pan fresco y Steve ha escrito un artículo. ¿Y tú, qué? Siempre nos hemos comparado con los demás. Ahora más que nunca y, quizás, por eso falta el papel higiénico en las estanterías del supermercado).

Hace un par de días estaba mirando el último espectáculo de Marc Rebillet con un vaso de vino (claro, la consumición de alcohol aumenta un poco en estos tiempos). Después de media hora, pasó algo que me hizo darme cuenta de que todos sentimos el trauma de la pandemia de alguna manera. Marc dejó de tocar el piano. Gritó a sí mismo. Suspiró. Intentó hablar con un espectador para sentirse mejor, pero no funcionó. Dijo que estaba frustrado creativamente. El hombre con la sonrisa permanente dejó que la máscara se deslizara.



Estamos pasando por una época de trauma colectivo. Está bien dejar que la máscara se deslice. Está bien incluso no ponérsela. Está bien sentirse un poco inútil. Está bien estar sin energía. Está bien estar solos, en silencio. Está bien no producir nada. No te compares con la gente: quizás es el único momento de tu vida en el que nadie espera nada de ti.



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